jueves, septiembre 14, 2023

Por eso hay ciertos eventos que, para bien o para mal, porque nunca se sabe en qué pueden derivar, se mantienen activos; para no olvidar. Todo el asunto es no olvidar qué: no es lo mismo insistir en recordar a un enemigo para volverlo perpetuo, que no olvidar aquello de lo que la humanidad ha sido capaz. Lo primero es la vía al resentimiento, lo segundo, la posibilidad de advertirnos....La complejidad de la memoria exige que sea pensada caso a caso. Hay momentos en que recordar es imperativo. Porque para olvidar, por lo menos debe haber antes, algo que recordar. Chile es ese caso....Porque tal como ocurrió con los nazis, la dictadura chilena no solo asesinó, sino que se encargó de borrar las huellas. Cuando el crimen es clandestino, ¿qué memoria es posible?..Pero algo no podía concluirse, porque no solo quedaron ruinas de otro tiempo, sino ruinas activas: tumbas vacías de los desaparecidos... Despojar de la muerte a alguien no solo implica un duelo imposible para los cercanos, sino que deja algo roto para las generaciones siguientes. La destrucción de la democracia, como un parricidio, no es solo destruir al enemigo, porque destruye una genealogía, rompe el orden de un mundo, uno que cuesta generaciones recomponer. Recomponer requiere de un pacto que actúe como una puntuación, como el punto desde el cual se arma y se sostiene un tejido. La justicia es esa clase de puntuación...Hay algo más que vale la pena recordar. La insistencia de la vida. Como escribió Wislawa Szymborska: “La realidad exige que lo digamos bien claro: la vida sigue su curso (…) Donde estaba Hiroshima de nuevo está Hiroshima”.... el amor sigue andando. Confiemos en nosotros. A fin de cuentas, una patria en realidad nunca ha sido otra cosa que nuestras historias".

Constanza Michelson, psicoanalista y escritora

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